Cómo reconocer un suelo sano: textura, estructura y vida microscópica

Cuidado de la tierra

Un suelo sano es fundamental para que tus plantas crezcan fuertes y tu cosecha sea abundante.

Un suelo sano es clave para obtener plantas fuertes y cosechas abundantes
Un suelo sano es clave para obtener plantas fuertes y cosechas abundantes

El suelo es algo mucho más que simplemente tierra. Bajo esa capa que pisamos y sobre la que cultivamos nuestras apreciadas plantas se esconde un verdadero universo lleno de diversidad. Es esta diversidad oculta la que precisamente sostiene toda la vegetación que conocemos, desde los bosques y pastizales hasta nuestro propio jardín. Un suelo sano no solo nutre a las plantas, si no que está tan vivo como ellas: respira, retiene agua, transforma materia orgánica y alberga millones de organismos invisibles que trabajan sin descanso.

No siempre es fácil reconocer un suelo fértil de uno empobrecido
No siempre es fácil reconocer un suelo fértil de uno empobrecido

Sin embargo, a simple vista no siempre es fácil distinguir un suelo fértil de uno empobrecido. En este artículo te cuento cómo reconocerlo observando su textura, su estructura y los pequeños signos de vida que lo delatan, sin necesidad de microscopios ni aparatos de laboratorio. ¿Quieres saber cómo es tu suelo? ¡Te lo cuento!

¿Qué diferencia hay entre un suelo fértil y uno simplemente bonito?

Si algo es la vida es continuo movimiento. Un suelo fértil no es necesariamente el más oscuro o el más homogéneo, sino aquel capaz de mantener el ciclo natural de la vida. Muchas veces solemos pensar que un suelo bonito, aquel que consideramos perfecto a simple vista (compacto, liso, limpio, recogido…) es el mejor medio para que nuestras plantas crezcan, pero a menudo es pobre en nutrientes o en organismos precisamente por estos cuidados para mantener su forma “bonita”. Te adelanto ya que muchas veces estos cuidados son más perjudiciales que beneficiosos.

En cambio, un suelo fértil es algo más natural y, por tanto, caótico. Es más suelto, con restos vegetales (sin que tampoco estos sean excesivos), lombrices, agujeros, insectos y un aroma fresco, como a bosque húmedo. Esa vida que muchas veces tratamos de evitar con insecticidas u otros pesticidas a toda costa es precisamente lo que lo hace productivo. La fertilidad del suelo depende de tres factores esenciales: estructura, materia orgánica y actividad biológica. Por tanto, si el suelo tiene buena aireación, retiene la humedad sin encharcarse y alberga microorganismos será más rico en nutrientes, las raíces se desarrollarán sin dificultad y esto hará que las plantas crezcan con vigor. En cambio, un suelo compacto, con mal drenaje y poca vida microbiana, puede parecer el suelo ideal, pero en realidad dificultará enormemente el desarrollo de vegetación.

Una señal clara que podemos detectar sin hacer ningún tipo de análisis es su olor: un suelo sano huele a tierra viva y hojas descompuestas. Si huele a moho o a humedad es bastante probable que sea debido a que hay exceso de agua o falta de oxígeno. Ambas situaciones son muy perjudiciales para el crecimiento de vegetación, ya que las raíces se pueden ahogar fácilmente. Por otro lado, si no huele a nada, es bastante probable que sea porque la actividad microbiana es mínima y la descomposición de la materia orgánica y el reciclado de nutrientes también.

Un suelo sano huele a tierra viva y hojas descompuestas
Un suelo sano huele a tierra viva y hojas descompuestas

¿Cómo se puede analizar la textura y estructura sin instrumental de laboratorio?

Para hablar de la calidad del suelo, o de qué diferencias hay entre uno y otro tipo, hay un factor clave: la textura. La textura se refiere a la proporción de arena, limo y arcilla que contiene, es decir, del tamaño de las partículas que lo conforman. Hay diversas maneras de calcularlo, pero una manera muy sencilla de hacer una aproximación en nuestro jardín es mediante la prueba del cordón. Para hacerlo debes tomar un puñado de tierra ligeramente húmeda e intenta formar una bola o una tira. A nivel aproximado puedes deducir que si se desmorona enseguida, el suelo es arenoso. Este suelo drena bien, pero retiene poca agua y nutrientes. Si, por otro lado, puedes formar una bola firme y plástica es porque contiene bastante arcilla. Este suelo es en general fértil, pero puede compactarse fácilmente y retener un exceso de agua que facilita la aparición de hongos y la pudrición de raíces. Si se moldea, pero se rompe con suavidad, tiene una textura intermedia a las anteriores, lo que se llama suelo franco, ideal para la mayoría de plantas.

Otro factor igual de importante es la estructura del suelo, que a rasgos generales es la manera en que las partículas se agrupan. Consideramos que un suelo sano es aquel que tiene grumos pequeños y esponjosos, que se deshacen al presionarlos suavemente entre los dedos. Esto indica que hay poros y canales por los que puede circular el aire, agua y penetrar las raíces. Sin embargo, si el suelo se ve apelmazado, con capas duras o grietas profundas, es señal de compactación, lo que dificulta el desarrollo. En realidad, la estructura del suelo depende mayormente de su textura. Suelos más arenosos suelen compactarse menos que suelos más arcillosos.

Una prueba sencilla para evaluar la estructura del suelo consiste en observar cómo infiltra el agua. Para ello puedes regar una zona pequeña, si el agua penetra con facilidad y no forma charcos, la estructura es buena. Si el agua tarda mucho o escurre por la superficie, el suelo está saturado o comprimido. En ese caso, conviene airearlo y aportar materia orgánica, ya que es el suelo que no almacenará agua u oxígeno en su interior y, como imaginarás, ambos elementos son fundamentales.

Una prueba sencilla para evaluar la estructura del suelo consiste en observar cómo infiltra el agua
Una prueba sencilla para evaluar la estructura del suelo consiste en observar cómo infiltra el agua

¿Qué organismos del suelo indican buena salud biológica?

Aunque las pruebas anteriores son relativamente sencillas, hay una manera aún más rápida de obtener información de nuestro suelo: ver quién vive en él. La presencia de lombrices de tierra es uno de los mejores indicadores de que el suelo está vivo. Estos pequeños ingenieros naturales mezclan capas, airean el terreno y transforman residuos en humus. Si al cavar ves lombrices, es buena señal. No trates de eliminarlas aunque te puedan parecer desagradables, ya que aportan un gran valor a tu suelo. También es habitual encontrar en un suelo sano colémbolos, ácaros, milpiés… todos ellos enormemente, beneficiosos, puesto que entre otras cosas ayudan a descomponer hojas y raíces y cerrar el ciclo de reciclaje de nutrientes. ¡Su presencia muestra que la cadena trófica del suelo está activa! Como imaginarás, también encontraremos millones de bacterias y hongos que realizan una labor invisible ayudando en la descomposición de la materia orgánica y estableciendo relaciones simbióticas con las raíces, nuestras queridas micorrizas de las que ya hemos hablado en otros artículos. Si al remover tu suelo ves variedad de organismos, texturas y colores puedes estar casi seguro de que tu suelo goza de buena salud biológica.

El suelo del jardín o huerta es diferente al que podemos encontrar en la naturaleza
El suelo del jardín o huerta es diferente al que podemos encontrar en la naturaleza

¿Qué prácticas deterioran o mejoran la microbiota del suelo?

El suelo de nuestro jardín, huerta o campo de cultivo es en ecosistema un poco diferente al que podemos encontrar en la naturaleza, por lo que fácilmente puede no ser el medio ideal para que crezcan nuestras plantas. Sin duda este suelo se caracteriza por la intensa manipulación que hacemos de él, por lo que saber cómo le afectan nuestras prácticas más comunes es fundamental. Las prácticas que más lo dañan son el laboreo profundo, el uso continuo de productos químicos y la eliminación de materia orgánica. Por ejemplo, el arado constante rompe los canales naturales creados por las raíces y lombrices, algo así como si destruyésemos los túneles de la naturaleza. Por otro lado, los herbicidas y fungicidas eliminan también a los microorganismos beneficiosos, sin olvidar el impacto general que pueden tener en otros ecosistemas. Muchas veces nos obsesionamos con eliminar, lo consideramos malas hierbas, y nuestro suelo se convierte en un suelo desnudo, sin cobertura vegetal. Estos suelos se degradan rápidamente, ya que el sol y el viento los secan, las lluvias generan fácilmente escorrentías que arrastran los nutrientes y las bacterias mueren por falta de alimento, deteniendo el ciclo de reciclaje de nutrientes. ¡Justo lo contrario a lo que queremos!

Si queremos mejorar nuestro suelo, podemos llevar a cabo prácticas como incorporar compost maduro, estiércol bien descompuesto o restos de poda triturados, lo que aporta carbono y energía a los microbios. Mantener una capa de mulching, como ya vimos en nuestro artículo sobre la xerojardinería, protege la superficie, conserva la humedad y regula la temperatura. Las rotaciones de cultivos y el uso de abonos verdes también estimulan la diversidad microbiana, por lo que es una buena recomendación, siempre que sea posible.

Reconocer un suelo sano es aprender a mirar más allá de la superficie
Reconocer un suelo sano es aprender a mirar más allá de la superficie

Como has visto, reconocer un suelo sano es aprender a mirar más allá de la superficie. Si cuidamos su estructura y su vida invisible, el suelo nos devuelve generosidad en forma de plantas fuertes, mayor productividad y ecosistemas estables.

stats