Antonio Banderas prueba un vino de 1728 en Jerez y vive un momento histórico
Vino eterno
El actor malagueño protagoniza una cata única en las Bodegas Tío Pepe, donde se abrió una joya enológica
Hay vinos que se beben y vinos que se recuerdan. Y luego están los que trascienden el tiempo: auténticas cápsulas históricas capaces de contar, en un solo aroma, la vida de generaciones enteras.
Eso es exactamente lo que ha ocurrido en Jerez, donde Antonio Banderas ha vivido una experiencia casi irrepetible al probar un vino fechado nada menos que en 1728 durante una visita a las Bodegas Tío Pepe. Una reliquia enológica que roza los tres siglos y que, más que una bebida, es un testimonio de la tradición vinatera andaluza.
El momento: un vino detenido en el tiempo
La escena parece escrita para un documental sobre la cultura del vino: en una cata exclusiva, rodeado de expertos y personalidades del sector, Banderas sostiene una copa que contiene una de las rarezas más valiosas del archivo enológico de Jerez. El vino de 1728 -conservado durante siglos en botas históricas y catalogado como una auténtica joya- representa una forma de entender el tiempo que hoy casi hemos olvidado.
No se trata de un vino destinado al consumo habitual, sino de un tesoro de bodega, similar a las soleras estáticas y fondos históricos que algunas casas jerezanas han preservado gracias a condiciones muy concretas: botas intactas, controles de humedad constantes y una tradición de custodiar el pasado como parte del presente.
Cuando Banderas lo prueba, no solo participa de un ritual excepcional: se convierte en puente entre la historia del vino español y el mundo actual. El actor lo expresa como 'saborear parte de la historia de Andalucía y de España', una percepción que cualquier amante del vino puede entender aunque nunca llegue a catar una pieza tan antigua. Porque, en esencia, estos vinos -densos, oscuros, complejos, casi balsámicos- condensan siglos de paciencia y saber hacer.
Cómo sabe un vino de casi tres siglos
No se ha hecho pública una nota de cata del vino de 1728 que probó Antonio Banderas, pero sí sabemos cómo evolucionan tradicionalmente los vinos antiguos conservados durante siglos en bodegas jerezanas. Estos vinos -que suelen mantenerse en botas estáticas en espacios muy controlados- experimentan una transformación profunda con el tiempo, marcada por la concentración natural, la oxidación lenta y la merma.
En la literatura enológica y en las catas de vinos de fondos históricos que algunas bodegas de Jerez han liberado en ocasiones muy puntuales, se habla de vinos extremadamente densos, con una intensidad aromática poco habitual y perfiles que tienden más a lo balsámico, lo maderizado y lo concentrado que a cualquier vino de consumo actual. Son vinos que se degustan más como una reliquia sensorial que como un trago cotidiano.
Por eso los expertos suelen decir que estos vinos no están pensados para beber en cantidad, sino para meditar, para comprender el paso del tiempo y el carácter único que solo alcanzan las crianzas extraordinariamente prolongadas.
El significado cultural del momento
Que un actor español del prestigio internacional de Antonio Banderas participe en una cata así no es solo una anécdota curiosa: es un recordatorio de la importancia del patrimonio enológico español. Andalucía, y en especial Jerez, guarda algunos de los vinos más antiguos del mundo todavía conservados en bota. Su valor no es solo económico, sino cultural.
Este gesto llega, además, en un momento especialmente simbólico para la ciudad, recién nombrada Capital Española de la Gastronomía 2026, un título que reconoce precisamente esa tradición vinícola y culinaria que ha definido su identidad. Que un vino de 1728 salga a escena ahora subraya la continuidad entre el pasado y el presente gastronómico de Jerez.
Estos vinos representan la paciencia de quienes los custodiaron sin saber si algún día serían abiertos. Simbolizan también la continuidad de una forma de trabajar que ha dado fama internacional al vino de Jerez: un sistema único, una identidad propia y un saber hacer que se transmite de generación en generación.
La presencia de Banderas añade, además, una capa emocional: conecta el orgullo andaluz, la cultura popular y el relato global de la gastronomía española. Porque pocas cosas pueden contar nuestra historia con tanta precisión como un vino que lleva casi 300 años esperando ser servido.