Esta comida de excursión sabe a infancia: 7 platos típicos que nos reconcilian con el verano

Sabores nostálgicos

El menú veraniego que marcó a toda una generación

El flan huevo es un postre clásico del recetario familiar.
El flan huevo es un postre clásico del recetario familiar.

Ensaladilla rusa, filetes empanados y flan casero: el menú que nos hacía felices sin saberlo

Antes de los tuppers de diseño y los menús saludables "para llevar", existía otro tipo de comida que nunca fallaba. Era la que nuestras madres y abuelas preparaban con antelación cuando tocaba ir al campo, a la playa o de excursión familiar.

Comida sencilla, hecha con cariño y pensada para alimentar bien, reconfortar y disfrutar. Se transportaba en neveras azules con hielo, envuelta en papel de aluminio o en fiambreras de plástico. Y lo mejor: siempre sabía bien, incluso fría.

Hoy la llamamos 'comfort food', pero entonces solo eran "las cosas ricas que se comen fuera de casa".

Platos que saben a infancia, a domingos con tortilla, a meriendas sobre una manta bajo la sombra. Aquí van siete clásicos que nos siguen reconciliando con el verano, año tras año.

1. Filetes empanados con pimientos verdes fritos

El rey indiscutible de las excursiones. Si ibas al monte, a la playa o a una piscina con merendero, era casi obligatorio que llevaras filetes empanados.

Se preparaban la noche anterior: carne de ternera o pollo, bien adobada, rebozada con huevo y pan rallado, y frita hasta quedar doradita. Luego se enfriaban y se guardaban en una fuente tapada con papel de aluminio. Aguantaban todo el día y se comían a mano.

Pero si venían acompañados de pimientos verdes fritos, la cosa subía de nivel. Esa combinación de salado, jugoso y aceitoso -en el mejor sentido- te dejaba lleno y feliz.

No importaba si los comías después de darte un buen chapuzón en la piscina o en el río, o al borde de una carretera camino del pueblo: sabían a gloria.

El clásico de excursión: frío, crujiente y acompañado de pimientos verdes fritos.
El clásico de excursión: frío, crujiente y acompañado de pimientos verdes fritos. | Hogarmanía

2. Croquetas de cocido: pequeñas bombas de felicidad

Las croquetas no se improvisaban: se planeaban. Había que hacer la bechamel, picar la carne del cocido, darles forma, empanarlas y freírlas pero merecía la pena.

Las auténticas eran irregulares, crujientes por fuera y melosas por dentro. No existía una croqueta igual a otra, y siempre había pelea por la última.

En verano, eran perfectas para llevar en un tupper y comer con las manos.

En una comida al aire libre, una croqueta casera sabía aún mejor que en casa. Incluso frías eran adictivas. Muchas veces, abrías la fiambrera antes de llegar al sitio solo para 'probar una'.

3. Ensaladilla rusa: frescura, mayonesa y sabor a celebración

Ningún tupper triunfaba más en verano que el de ensaladilla. Patata cocida, zanahoria, guisantes, atún, huevo duro y aceitunas, todo bien picado y con mayonesa casera, de la que preparaba tu madre. Eso sí, cada casa tenía su receta.

Era habitual encontrarla en comidas familiares, chiringuitos, fiestas del pueblo o picnics en el monte.

Se servía bien fría y se comía con tenedor, pan o incluso con picos. No fallaba nunca. Un clásico que todavía hoy provoca suspiros.

La reina del verano: cada casa tiene su versión, pero todas nos llevan a las mismas sobremesas felices.
La reina del verano: cada casa tiene su versión, pero todas nos llevan a las mismas sobremesas felices. | Hogarmanía

4. Arroz a la cubana: sabor a infancia total

Pocos platos representan mejor la comida reconfortante que un buen arroz a la cubana. No por exótico, aunque el nombre lo sugiera- sino por lo familiar.

Era una receta habitual en muchos hogares de los años 80 y 90: arroz blanco cocido, salsa de tomate y un huevo frito con puntilla que lo convertía en una fiesta.

No era el plato típico para llevar fuera, pero sí que se servía en comidas familiares veraniegas. En un día caluroso, comido a la sombra y acompañado de pan, era pura felicidad.

5. Tortilla de patata: la reina de todas las neveras

No hay plato más democrático ni más viajero. La tortilla de patata, con o sin cebolla, servía para todo: cena improvisada, tupper de oficina, bocadillo rápido y, por supuesto, excursiones veraniegas.

Se cocinaba el día anterior, se dejaba enfriar y se cortaba en porciones generosas para meter en la fiambrera.

Fría sigue estando buenísima, y en bocadillo con pan del día es todo un clásico del verano.

La tortilla siempre triunfaba: le gustaba a todo el mundo, y rara vez sobraba.

6. Macedonia de frutas: frescura en cada cucharada

La macedonia era el postre oficial del verano. No había que encender el horno ni gastar mucho dinero. Solo hacía falta fruta madura, un cuchillo, un bol de cristal y un poco de paciencia.

Las combinaciones eran infinitas: plátano, manzana, pera, naranja, melón o sandía cortadas en dados y mezcladas con azúcar, zumo de naranja o incluso un chorrito de licor (para los adultos).

Se servía bien fría y era el colofón perfecto a cualquier comida. No necesitaba nata ni decoraciones. Solo cucharas grandes y muchas ganas de repetir.

Algunas casas le añadían yogur o la acompañaban de bizcocho. Era sencilla, nutritiva y reconfortante como pocas cosas.

Frescura con recuerdos: melón, plátano, sandía, fresas, zumo de naranja. El postre de toda la vida, servido en bol o en la propia fruta.
Frescura con recuerdos: melón, plátano, sandía, fresas, zumo de naranja. El postre de toda la vida, servido en bol o en la propia fruta. | Hogarmanía

7. Flan de huevo casero: el postre que nos enseñó a esperar

Hoy hay mil postres listos para servir, pero el flan casero de antes era todo un proceso. Se preparaba con huevos, leche y azúcar; se cocía al baño María en moldes metálicos; se dejaba enfriar sin prisas.

El caramelo se hacía en casa, y desmoldarlo era un arte. A veces se rompía un poco, pero daba igual. El sabor, la textura y la emoción de ver el flan perfecto compensaban todo.

Era el postre estrella de las celebraciones familiares. Servido muy frío, con su caramelo dorado cayendo por los lados, es ese postre que te hace sentir en casa.

No necesitan premios ni focos. Son recetas de toda la vida, hechas con lo que había y con mucho cariño.

Y cuando vuelven a la mesa, también regresan los recuerdos: de una infancia feliz, de una abuela cocinando o de aquel verano que parecía eterno.

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