La Feria del Último Lunes de Octubre de Gernika celebra la esencia rural del País Vasco
Sabores con historia
Cada otoño, la villa vizcaína revive su vínculo con la tierra en una feria centenaria donde el queso, las alubias y el txakoli son los verdaderos protagonistas
Cuando llega el último lunes de octubre, Gernika (Bizkaia) se transforma. Los puestos invaden las calles, el aire huele a hierba húmeda y el sonido de los bertsolaris se mezcla con el bullicio del mercado. Lo que empezó como una cita agrícola es hoy una de las ferias más auténticas del País Vasco, una jornada que combina tradición, producto local y orgullo rural.
Este año, la villa ya ha calentado motores con la feria ganadera del Primer Lunes de Octubre, que en su 38ª edición reunió 109 reses de 14 ganaderías de Euskadi y Navarra, según Europa Press. Una antesala perfecta del gran mercado agrícola del Último Lunes de Octubre, cuando Gernika vuelve a llenarse de vida.
Un mercado con más de un siglo de historia
Cada último lunes de octubre, Gernika despierta con otro pulso. Las calles de esta villa vizcaína, símbolo de la memoria vasca, se transforman en un enorme mercado al aire libre donde la tradición y el sabor se dan la mano. El Último Lunes de Octubre de Gernika es una jornada que trasciende el calendario: más que una feria agrícola, es una celebración de la identidad vasca.
Sus orígenes se remontan al siglo XIX, cuando los baserritarras -los agricultores de los caseríos- acudían al pueblo para vender sus productos. Con el tiempo, aquella cita se convirtió en un evento multitudinario que conserva el espíritu de sus inicios: el respeto por la tierra y el orgullo de lo propio. Hoy, el Último lunes atrae a miles de visitantes -más de 90.000 en la última edición- y mantiene viva la esencia de los antiguos mercados rurales.
El corazón agrícola de Gernika
El centro neurálgico de la feria late en la plaza del mercado, donde se dan cita más de doscientos puestos de frutas, verduras, miel, flores, pan y embutidos artesanos. Pero los auténticos protagonistas son tres: la alubia de Gernika, el queso Idiazábal y el txakoli, emblemas del paisaje gastronómico vasco.
Cada año, las botellas de txakoli se abren para brindar y acompañar quesos, carnes y dulces típicos como el pastel vasco tradicional, símbolo dulce de la tierra.
Este espíritu local también inspira platos donde la tradición se actualiza, como un arroz con setas y crujiente de Idiazábal o un besugo asado al txakoli, ejemplos de cómo el sabor del territorio sigue vivo en la cocina vasca actual.
A primera hora, los jurados recorren los puestos para premiar los mejores productos del año. Después llega uno de los momentos más esperados: la subasta del queso ganador, que se celebra frente a la Fuente del Mercurio y cuya recaudación se destina a fines benéficos. Es un acto sencillo pero profundamente simbólico: el valor del trabajo compartido, del campo que alimenta y de la comunidad que celebra.
El mercado no es solo un espacio de compraventa. Es un lugar de encuentro. Entre cestas de mimbre y risas, los bertsolaris improvisan versos en euskera, se ofrecen degustaciones y las familias pasean entre aromas de queso curado y tierra húmeda. Cada puesto cuenta una historia, y cada historia tiene detrás una familia que sigue cultivando como hace generaciones.
Raíces, memoria y orgullo
Para entender el significado del Último Lunes de Gernika hay que mirar más allá del mercado. La villa, marcada por el bombardeo de 1937, encuentra en esta cita una forma de afirmarse en su historia. Bajo el árbol de Gernika, donde se juraban los fueros, late la misma idea que da vida a la feria: mantener vivas las raíces.
En tiempos de supermercados impersonales y alimentos de origen incierto, esta jornada reivindica el valor de lo local. Comprar una alubia o un queso aquí no es solo un gesto gastronómico: es una declaración cultural. Cada producto resume el vínculo entre la tierra y quienes la trabajan, un lazo que también se refleja en platos de raíz como el bacalao asado con salsa de txakoli o el pollo asado al txakoli con patatas panadera.
El Último lunes es, en esencia, un espejo del País Vasco: diverso, orgulloso y profundamente ligado a su territorio. Al caer la tarde, mientras el bullicio se apaga y los últimos brindis con txakoli resuenan entre las calles, Gernika vuelve a su calma. Pero en el aire queda algo más que el olor a queso y hierba mojada: una sensación de pertenencia.
Durante un día, el campo, la historia y la emoción se funden en un solo paisaje. Y el País Vasco recuerda que su alma -como su mercado más antiguo- sigue latiendo entre montes, caseríos y tradición.