Qué esconden los mantecados Felipe II para robar protagonismo al turrón cada Navidad
Dulce navideño
Una receta tradicional que ha convertido a este dulce en símbolo de la fiesta navideña
Cada año, los turrones llegan antes a los supermercados. Las estanterías se llenan de mazapanes y panettones, pero entre tanta oferta hay un dulce que despierta pasiones y genera una fidelidad especial entre quienes lo prueban. Se trata de los mantecados Felipe II, esos que vienen envueltos en papel con el rostro serio del monarca.
Con su envoltorio clásico y su textura inconfundible, los Felipe II se han convertido en un dulce que, si no está presente en el menú de Navidad, lo está en la lista de la compra. Son los primeros en desaparecer de las tiendas y los únicos capaces de dejar al turrón en segundo plano.
Una receta que no ha perdido el compás
Los Felipe II se hacen a mano, como antes, con harina de trigo, azúcar glas, manteca de cerdo y almendra Marcona. Quizá esa sencillez es su mayor virtud.
La manteca aporta la melosidad que los distingue, y la almendra, ese punto que perfuma sin empalagar.
Cada pieza pesa alrededor de 34 gramos, pero no hay dos iguales. Esa imperfección artesanal es parte del encanto. Encanto del que muchos presumen al abrir uno.
Se presentan en cajas elegantes, de un kilo o más, y cada mantecado va numerado, como si se tratara de una pequeña edición limitada.
Su valor energético no engaña. Más de 500 calorías por cada 100 gramos. Pero nadie come un Felipe II para contar calorías. Se comen por placer.
Un viaje del sur al norte
Aunque hoy se fabrican en Vitoria-Gasteiz, su historia empieza mucho más al sur. A finales del siglo XIX, en Estepa (Sevilla), el confitero Juan Álvarez Fernández registró la marca ‘Exquisitos mantecados Escorial’ con la cara de Felipe II.
En 1903 ganó una medalla en la Exposición Internacional de Madrid y su receta empezó a circular por todo el país.
Entre quienes se enamoraron de ella estaba Fidel Díez Pérez, un pastelero bilbaíno que viajó a Sevilla para aprender repostería.
Al volver al País Vasco, abrió su propio obrador en la calle Hurtado de Amézaga, donde empezó a elaborar los mantecados Felipe II.
En 1918 registró oficialmente la marca en el norte de España.
Con los años, sus hijos José y Fidel continuaron la tradición, hasta que la familia vendió la receta y los derechos a la confitería Blancanieves Tejedor, en Vitoria, que es quien los fabrica hoy.
Una constelación de premios
Desde 2013 hasta 2025, han sido premiados cada año por el International Taste Institute (iTi) de Bruselas, el mismo que muchos llaman la ‘Guía Michelin de los alimentos’.
El jurado, formado por chefs y sumilleres de renombre, evalúa los productos a ciegas.
Analizan el aroma, la textura y el sabor sin conocer la marca. Y aun así, los Felipe II han conseguido mantener sus estrellas durante más de una década.
Ahora bien, ha llovido mucho para que estos mantecados sean un objeto tan codiciado. Y caro, también hay que decirlo. No son baratos.
En su web se venden por cajas, aunque es fácil encontrarlos en supermercados y tiendas gourmet.
El kilo ronda los 38,99 euros y cada unidad cuesta alrededor de 1,33 euros, bastante lejos de los 28 céntimos de otros mantecados. Pero aun así se agotan rápido.
Es un capricho que muchos se permiten cada Navidad, quizá porque además de ricos, tienen algo de ritual.
Cada Felipe II va numerado. Dentro del envoltorio, junto al papel con el retrato del rey, aparece el número de lote y de unidad. No se repite. Es una manera de recordar que siguen siendo un producto hecho a mano.
Y también pesa su historia. Según indica el envase, fue el primer mantecado registrado oficialmente en España, en la Oficina de Patentes y Marcas del Ministerio de Industria. No hay mucha competencia con semejante currículum.
Precio aparte, los Felipe II tienen algo que los distingue de verdad. Están hechos con manteca de cerdo, harina, azúcar glas y almendra marcona. Son mantecados grasientos, sí, pero en el buen sentido. Se deshacen al morderlos. Quizá por eso, cuando llegan las fiestas, desaparecen antes que el turrón.