La gastronomía que da sabor a la Lotería de Navidad
Costumbres que unen
Del chocolate madrugador al brindis improvisado, así se vive el sorteo más famoso de España también desde la mesa
Cada 22 de diciembre España se detiene para escuchar a los niños de San Ildefonso, pero también para repetir una serie de gestos culinarios que forman parte del ritual colectivo. Desde el chocolate a la taza tempranero de quienes hacen cola en las administraciones más míticas hasta el cava que se enfría 'por si toca', la Lotería de Navidad tiene su propia gastronomía emocional: sabores que celebran, consuelan y, sobre todo, anuncian que la Navidad ya está aquí.
La liturgia de un desayuno que sabe a nervios
La Lotería de Navidad no empieza cuando los niños de San Ildefonso cantan el primer número. Empieza antes, en la calle y en la cocina. Quienes madrugan para hacer cola en administraciones míticas -de Doña Manolita en Madrid a La Bruixa d’Or en Sort- casi siempre lo hacen con un café caliente entre las manos o un bocado rápido que mitigue el frío. Son gestos pequeños que se han convertido, con los años, en un ritual gastronómico: churros recién hechos, porras compartidas, chocolate espeso que se bebe en vaso de plástico mientras se avanza un paso en la fila.
Ese desayuno 'de suerte' tiene algo de superstición. Hay quien repite la misma cafetería cada año, quien compra una napolitana 'para endulzar el Gordo' o quien asegura que el décimo sabe mejor si lo acompañas de un pincho de tortilla. Es el primer sabor del día, y quizá por eso permanece tan ligado a la emoción colectiva.
Mientras suenan los niños: picoteos, dulces y el cava en la nevera
A las 9 de la mañana, cuando la sala del Teatro Real empieza a resonar con las voces de los niños, medio país está frente a la televisión. Y aunque es temprano para hablar de comidas formales, en muchas casas se abre ya el primer picoteo navideño. Turrones recién estrenados, polvorones que alguien compró, mazapanes. Un bodegón improvisado que acompaña la tradición de seguir el sorteo en directo.
También hay quien tiene el cava enfriándose desde la noche anterior. No se descorcha hasta que aparece un premio propio-si es que aparece-, pero forma parte del montaje emocional del día. Y no falta la persona que se sienta frente a la tele con el delantal puesto porque, mientras escucha los números, está preparando el menú de Nochebuena: caldo al fuego, carnes marinándose, verduras cortadas.
El sorteo, de alguna manera, inaugura la cocina navideña.
Cuando toca: brindis, bares llenos y tapas que pasan a la historia
Si la mañana sigue su curso y en algún punto del país cae un premio grande, el mapa gastronómico se altera de inmediato. Bares abarrotados, gente descorchando botellas en plena calle, brindis espontáneos con vermut o con cava del que había a mano. Muchas fotografías históricas del sorteo están llenas de vasos de plástico, bocadillos medio comidos y raciones que se piden para celebrar: croquetas, calamares, tortillas jugosas.
Cuando un establecimiento vende un décimo premiado, su barra pasa automáticamente a formar parte de la historia del sorteo. Hay bares en los que, año tras año, se repite la escena: aplausos, champán corriendo, una tapa ofrecida por la casa. El momento gastronómico del premio es casi tan importante como el propio premio.
Y cuando no toca: la cocina como consuelo
La otra cara del sorteo también sabe a algo. A chocolate con churros para olvidar la mala suerte. A caldo casero que reconforta. A ese cocido madrileño que alguien tenía ya en mente como 'premio de consolación'.
El 22 de diciembre es, al final, una jornada culinaria muy emocional: si toca, se brinda; si no toca, se come algo caliente. La gastronomía es bálsamo y celebración a la vez.
El sorteo como pistoletazo oficial de la Navidad
Más allá del azar, la Lotería de Navidad tiene una consecuencia clarísima en la mesa: marca el inicio real de la temporada gastronómica navideña. Desde ese día se disparan las compras de mariscos, cordero, turrones, roscones y vinos espumosos. Los mercados se llenan, los hornos empiezan a trabajar sin descanso, los supermercados cambian completamente de ritmo.
Durante décadas se decía que, si el sorteo no acompañaba, la Nochebuena se ajustaba un poco. Hoy la tradición se vive de otra forma, pero la asociación entre suerte y mesa sigue plenamente vigente: siempre habrá un turrón que se compra 'por si celebramos', un marisco reservado 'por si hay alegría', o un buen vino esperando ocasión.
El gusto de una celebración que nos une
La gastronomía y la Lotería de Navidad comparten algo fundamental: ambas son rituales colectivos. Reúnen a familias, amigos, vecinos y desconocidos alrededor de un mismo momento. Tienen memoria, repetición, emoción.
El 22 de diciembre se come y se bebe de una manera particular, con gestos que se sienten desde la infancia: el olor del chocolate al amanecer, el sonido de los niños cantando, la copa preparada por si acaso, el caldo puesto a fuego lento mientras pasan las horas. Es un día que sabe a tradición, a invierno, a esperanza y, sobre todo, a convivencia.
Y quizá por eso, toque o no toque, siempre acabamos igual: brindando porque, al menos, tenemos salud y una mesa que nos reúne cada año.