Belleza mortal: prácticas antiguas para “verse guapa” que hoy serían impensables
Cánones de belleza antiguos
De beber vinagre a usar arsénico: así eran las prácticas de belleza antiguas que hoy nos parecen terroríficas

La obsesión por verse más atractiva no es, ni de lejos, un invento moderno. Mucho antes de los filtros de Instagram y TikTok, las personas ya se sometían a prácticas extremas para encajar en los cánones de belleza de su época.
Especialmente las mujeres, históricamente cosificadas, pusieron en riesgo su salud —y a veces hasta su vida— para alcanzar expectativas físicas prácticamente imposibles.
En sociedades donde el ideal era parecer “muñecas de porcelana”, se valoraba una delicadeza exagerada y poco natural. Cosméticos tóxicos y rituales peligrosísimos eran el pan de cada día, presentados como la solución definitiva a los “problemas femeninos”.
Porque, claro, una tez morena o una cintura un par de centímetros más ancha eran un auténtico problema.
Estos beauty tips, impensables hoy, solían estar reservados a mujeres de la élite, que así se diferenciaban no solo en estatus, sino también en apariencia de las trabajadoras del campo y de la gente común.
A continuación, recordamos algunas de las prácticas más sorprendentes —y terroríficas— de la historia de la belleza.

Beber vinagre para presumir palidez
En los siglos XVIII y XIX —e incluso a principios del XX— la piel blanca era símbolo de estatus. Una tez pálida indicaba que no trabajabas de sol a sol en el campo, como sí lo hacía la gente humilde.
El canon de belleza exigía una piel aún más blanca que la de alguien que simplemente evitaba el sol. ¿La solución? Beber vinagre. Las mujeres lo hacían con la esperanza de lograr ese aspecto enfermizo y delicado tan codiciado.

Por si quedaba alguna duda: no, el vinagre no blanquea la piel. Lo que sí hace es dañar el estómago, desgastar los dientes y provocar anemia. En otras palabras, conseguían un aire frágil y débil, pero porque estaban realmente enfermas.
Curiosamente, esta práctica no se limitaba a las élites: también se extendió en España entre mujeres que no pertenecían a la clase más adinerada (con tener un poquito más que la media era suficiente para ahogar las penas en el vinagre).
Polvos faciales con plomo
El maquillaje que aportara un aspecto de porcelana era un must en el Renacimiento y también en el siglo XVIII.
Para lograrlo, se usaban polvos completamente blancos. ¿Y con qué se elaboraban? Pues nada menos que con plomo.
Este metal pesado no solo cubría imperfecciones, sino que iba envenenando lentamente a quien lo llevaba puesto. De hecho, muchos pintores de la época ya sufrían graves intoxicaciones por el plomo de sus pigmentos (el lado tóxico del arte). Imagínate entonces aplicártelo cada día directamente en la cara.
Los efectos iban desde la caída del cabello hasta daños renales y neurológicos… y en casos extremos, la muerte.
Corsés extremos: la cintura de avispa
Si hablamos de sufrimiento estético, el corsé se corona como una de las prendas más incómodas, dolorosas y perjudiciales. Las mujeres del siglo XIX lo apretaban hasta deformar costillas y órganos internos con tal de conseguir la famosa “cintura de avispa” propia de una feminidad irreal.

Entre los efectos secundarios habituales de llevar esta prenda estaban los desmayos (por falta de aire), problemas digestivos y, en casos graves, daños permanentes en la estructura ósea.
Gotas de belladona para una mirada seductora
En el Renacimiento italiano, una mirada intensa y muy brillante era sinónimo de belleza. Para lograrla, muchas mujeres usaban gotas de belladona, una planta altamente tóxica, que dilata las pupilas. El nombre, de hecho, significa “mujer hermosa”. El inconveniente: además de visión borrosa, la belladona podía provocar taquicardias, alucinaciones, ceguera y, en dosis altas, la muerte.
Píldoras de arsénico para una piel perfecta
Durante el siglo XIX, en farmacias y anuncios de revistas se vendían píldoras de arsénico como “milagro” para lograr un cutis impecable. El arsénico es veneno puro (de hecho, hoy en día lo conocemos por esa función), pero en aquella época se creía que en dosis controladas podía embellecer. En realidad, envenenaba lentamente a quienes lo consumían, causando vómitos, pérdida de cabello y graves daños en órganos vitales. Aun así, muchas mujeres seguían tomándolo, convencidas de que la belleza requería unos pequeños sacrificios.