¿Por qué te ves bien en el espejo y fatal en las fotos?
Espejos, selfies y autoengaño
El reflejo te sonríe, la foto te traiciona. Pero no es culpa de tu cara

Existe una experiencia universal que nos une y define como especie: verte en el espejo y pensar ni tan mal, ¿no?, y luego salir en una foto y preguntarte ¿quién es ese o esa? Pero es que esa versión solo te sorprende a ti. A nadie más, entonces ¿será que todo el mundo me ve así?
Tranquilo, respira porque la repuesta es no. O bueno, sí. Mejor, dependerá de a quién le preguntes: si al espejo, a la cámara o a tu cerebro. La buena noticia es que tiene una explicación científica. ¿La mala? Que las cámaras seguirán existiendo.

El espejo te quiere (aunque te engañe)
Comenzamos por tu fiel aliado: el espejo, un objeto que ya jugó algunas malas pasadas a la bruja de Blancanieves.
No te juzga (al menos no sin tu ayuda), y deja verte a tu ritmo. Pero hay truco, te explico: el espejo te muestra invertido horizontalmente. Es decir, la izquierda está a la derecha y viceversa.
Este aspecto es fundamental, debido a que tu cara no es simétrica (no te vuelvas loco, ninguna lo es, ni siquiera la de los famosos (bueno quizá la de Amber Heard). Llevas toda la vida viendo esa versión reflejada en el espejo, de forma que tu cerebro ya se ha acostumbrado a ella y por ende, la prefiere.
A esto se le conoce como efecto de mera exposición: cuanto más ves algo, más te gusta. Por esto, cuando ves una foto tuya real (sin invertir), algo no cuadra. No es que salgas mal o seas poco fotogénico, sino que no te reconoces del todo. ¿Te ha pasado?
La cámara no miente, pero exagera
Toda historia tiene que tener un villano, y en este caso es la cámara del móvil. La que siempre te pilla desprevenido, con mal ángulo, sin compasión y a veces, sin piedad alguna. Y si encima es la cámara frontal… no te quiero ni contar.
El problema no eres tú, sino la lente de gran angular presente en muchos modelos de móvil, principalmente en modo selfie. Esta lente está diseñada para capturar más campo de visión, a costa de distorsionar lo que tiene más cerca: tu cara parece más ancha, tu nariz más grande y tu expresión, totalmente desconocida.
Si a eso le sumas que una foto es un momento congelado, el resultado es demoledor en la mayoría de los casos. Puede ser que te movieras al disparar, parpadearas raro o sonrieras un segundo tarde. No hay vuelta atrás, la cámara captura y sentencia. No así el espejo.
Aunque no acaba aquí la cosa, puesto que la luz también hace lo suyo. Sí, porque una mala iluminación puede acentuar ojeras, sombras y ojeras, particularidades que ni sabías que tenías.
Tu cerebro también es partícipe
Por si todo lo anterior no fuera suficiente, ahí está tu mente, lista para seguir haciendo leña del árbol caído. Porque tu cerebro tiene una imagen de ti que ha creado con el paso de los años. Una mezcla de reflejos, recuerdos y fotos que tú mismo has filtrado.
A ver si se entiende. Esa imagen mental es como una versión idealizada. Por tanto, cuando ves una foto en la que no encaja con ese yo mental interiorizado, algo se activa: ¿esa es realmente mi cara?, ¿por qué tengo una expresión tan seria?, ¿y esa línea en el cuello?
Aún hay más, ya que tú eres tu peor crítico. Donde otros ven una foto normal, tú percibes la prueba irrefutable de que algo ha salido mal en tu ADN.

¿Se puede evitar esta decepción? Sí, un poco
Si bien es cierto que no estamos ante una tragedia como tal, se puede evitar. Presta atención a estos sencillos trucos para llevarte mejor con tu nueva imagen:
- Evita el modo selfie muy cercano: emplea el temporizador y sitúa el móvil un poco más lejos
- Busca una buena luz natural: a poder ser, junto a una ventana y sin luz directa desde arriba
- Descubre tu ángulo bueno (sí, lo tienes, de verdad)
- No te obsesiones: seguro que tú eres quien más te analizas
- Relaja la expresión: nada envejece más que una sonrisa forzada
Y sobre todo, acostúmbrate a verte como te ven los demás. Porque ver fotos tuyas normales te ayudará a naturalizar tu imagen real y aceptarla. Ya no dirás más: ¡salgo fatal!