Así nació la tradición de comprar castañas en la calle cada otoño
Sabores callejeros
Del pan de los pobres a un ritual urbano que hoy arrasa hasta en TikTok

El humo que se eleva de los braseros y el calor de un cucurucho de papel en las manos anuncian cada año la llegada del frío. Los puestos de castañas asadas son parte inseparable del paisaje otoñal, pero su historia comienza mucho antes de convertirse en un ritual urbano: nació como un alimento humilde, de subsistencia, que con el tiempo conquistó las calles de Europa.
Un fruto humilde con siglos de historia
La castaña (Castanea sativa) no siempre fue un capricho estacional. Durante siglos fue alimento básico en regiones montañosas del Mediterráneo, donde los cereales escaseaban. Rica en hidratos de carbono, se consumía cocida, en papillas o molida como harina.
Los romanos ya la cultivaban y la llevaron a todos sus territorios. Para los campesinos medievales era 'el pan de los pobres', una fuente de energía barata y accesible que ayudaba a pasar los inviernos más duros.

De la cocina al brasero urbano
Con el crecimiento de las ciudades en el siglo XIX, la castaña dio un salto decisivo del campo a la vida urbana. Surgió entonces la figura de la castañera: mujeres mayores o viudas que, con un pequeño brasero de carbón y cucuruchos de papel de periódico, llenaban las esquinas de las calles de humo y calor.
El aroma se convirtió en parte del paisaje sensorial del otoño. Incluso había quien rociaba las castañas con anís antes de asarlas para intensificar su fragancia. Comprar un cucurucho de castañas se transformó en un gesto compartido que, más allá de alimentar, reconfortaba.
Cómo se asan las castañas en la calle
El método tradicional es sencillo y eficaz. Se utilizan cacerolas o tambores de hierro con agujeros en la base, que permiten que el calor de las brasas cocine las castañas de forma uniforme. Antes de echarlas al fuego, se les hace un corte en la cáscara para evitar que estallen y facilitar que luego se puedan pelar.
Durante el asado, se remueven con movimientos constantes para que no se quemen y el calor se reparta bien. El carbón vegetal ha sido siempre el combustible clásico: aporta un calor intenso y ese humo inconfundible que impregna la calle. Hoy algunos puestos usan gas, más limpio y práctico, aunque muchos defienden que el sabor auténtico solo lo da el carbón.
El resultado final se sirve en cucuruchos de papel, que en otros tiempos se improvisaban con páginas de periódico reciclado. Ese envoltorio mantiene el calor y permite disfrutarlas al paso, en medio del bullicio de la ciudad.
Una tradición que se celebra
Las castañas asadas se han integrado en la cultura popular. En Cataluña, la Castanyada cada 1 de noviembre combina castañas, boniatos y panellets. En Galicia y Asturias, las castañas están vinculadas a rituales de difuntos y al otoño.
En Francia los marrons chauds siguen siendo un clásico invernal; en Portugal las castanhas assadas llenan de humo Lisboa y Oporto; y en Viena o Nueva York también forman parte de la vida callejera gracias a los inmigrantes europeos que llevaron la tradición.
Entre la nostalgia y la modernidad
Durante el siglo XX, los puestos de castañas perdieron presencia frente a nuevas ofertas de comida rápida y a las regulaciones municipales. Sin embargo, han sobrevivido y en muchos lugares se han reinventado.

Hoy los ayuntamientos conceden licencias temporales e incluso publican mapas oficiales de puestos en temporada. La alta cocina también ha redescubierto la castaña como ingrediente versátil en cremas, guarniciones o postres.
Málaga: un puesto centenario que arrasa en TikTok
Un ejemplo perfecto de reinvención está en Málaga. En la céntrica calle Armengual de la Mota se encuentra un puesto con más de 100 años de historia familiar. Todo comenzó con Victoria Domínguez, conocida como 'Momá Serrana', y ha pasado de generación en generación hasta llegar a Ana Santiago y su cuñada Deseada Bautista, las actuales responsables.
Ana decidió mantener vivo el negocio familiar. Su cuñada Deseada aportó el toque moderno: abrir directos diarios en TikTok. Lo que empezó como una prueba en una tarde de pocas ventas se ha convertido en un fenómeno viral.
Cada tarde, cientos de personas se conectan para ver cómo tuestan las castañas, charlar con ellas o compartir anécdotas. Tanto, que ya tienen un club de fans y hasta han organizado colectas solidarias desde el propio puesto.
El negocio familiar ha conseguido así unir dos mundos: las brasas y el humo de siempre con la inmediatez de las redes sociales.
Una tradición que resiste
Los puestos de castañas en la calle son mucho más que un negocio estacional. Son memoria, identidad y un pequeño ritual que anuncia que el otoño ya está aquí. Y hoy, gracias a quienes los reinventan, también son parte de la cultura digital.
Quizá por eso, la verdadera pregunta no es si sobrevivirán, sino cómo seguiremos disfrutándolos: ¿con el humo del carbón en la calle o con un clic en el móvil?