Cómo conservar el roscón de Reyes (con o sin relleno) y evitar que se seque
Trucos fáciles
Sea con nata, trufa, crema o sin relleno, el roscón de Reyes tiene los días contados si no se guarda bien
Hasta hace algunos años, los primeros días de enero eran el momento estelar del roscón de Reyes. Se asomaba por los escaparates de las pastelerías y llenaba las góndolas de los supermercados casi de manera puntual, fiel a la cita. Hoy, sin embargo, empieza a verse desde mediados de noviembre. Y si lo compramos antes... también conviene saber cómo conservarlo, ya sea con relleno o sin él.
El roscón ha dejado de ser un postre exclusivo del día de Reyes. Ahora se cuela en las sobremesas de Navidad, en desayunos familiares o incluso en cenas entre amigos. La tradición ha evolucionado, y con ella, nuestras costumbres.
Durante siglos, el roscón fue un bollo sencillo y sin relleno. Se disfrutaba tal cual: esponjoso, tierno y lleno de matices gracias a la fermentación lenta y los ingredientes naturales. Dentro, escondía el tradicional haba (símbolo de mala suerte) y, más tarde, una figurita de rey como augurio positivo.
Para muchos, esta sigue siendo la versión auténtica. La que se mojaba en chocolate a la taza casero, se compartía en familia y no necesitaba más artificios que el sabor puro de su masa y aroma de agua de azahar.
No fue hasta mediados del siglo XX cuando los obradores comenzaron a experimentar. Primero con nata montada, luego con trufa, crema pastelera o cabello de ángel. Rellenos cada vez más dulces para un público también más exigente.
Hoy encontramos versiones para todos los gustos: sin gluten, veganos, con crema de pistacho, chocolate ‘Dubai’ o incluso roscón relleno de mousse.
Y aunque la forma general se mantiene, cada región tiene sus matices. En Cataluña, por ejemplo, triunfa el roscón relleno de mazapán. En Francia, la galette des rois, con hojaldre y frangipane, es la reina de estas fechas.
Cómo conservar el roscón de Reyes (con o sin relleno)
Porque no todo se come el mismo día… y si no se guarda bien, puede convertirse en un bollo seco o con la nata cortada. Te explicamos cómo alargar su vida útil para que no pierda ni el sabor ni su textura.
1. Cómo conservar el roscón sin relleno
La versión más fácil de conservar, ya que no requiere frío. Lo ideal es:
- Envuelve bien el roscón en film transparente o guardarlo en una bolsa de plástico cerrada para evitar que se reseque.
- Guarda en lugar fresco y seco, alejado de la luz directa.
- No lo guardes en la nevera, ya que el frío acelera el endurecimiento del bollo.
¿Cuánto dura? Entre 2 y 3 días en buen estado. Si se quiere conservar más tiempo, el roscón puede congelarse envuelto en doble capa (film y bolsa). Para descongelar, déjalo a temperatura ambiente.
2. Cómo conservar el roscón con relleno (nata, trufa, crema…)
Con los roscones que tienen relleno hay que tener más cuidado.
- Conserva siempre en la nevera, preferiblemente en un recipiente hermético.
- Evita cajas de cartón abiertas (como las de supermercado), ya que secan el bollo y alteran el sabor del relleno.
- Consume en un máximo de 48 horas, sobre todo si lleva nata montada o crema pastelera.
¿Se puede congelar? Es posible, pero no es recomendable congelar el roscón de Reyes con el relleno. La nata y otros rellenos pueden perder textura al descongelarse.
Cómo ‘revivir’ un roscón que se ha endurecido
Si el roscón que has comprado -y, claro, no tiene relleno- se ha quedado un poco seco, no lo tires.
Dale un golpe de calor en el microondas. Si puedes, caliéntalo durante 10 segundos con un vaso de agua dentro: el vapor ayudará a que recupere su textura original.
Otra opción es transformarlo en tostadas. Corta algunas rebanadas y colócalas en la tostadora.
Si tienes un roscón grande o varios, puedes colocarlos en una bandeja de horno y cubrirlos con papel de aluminio para evitar que la cobertura o las frutas escarchadas se quemen. Hornéalos a 130 °C durante unos minutos, sin excederte.
Ya sea con o sin relleno, comprado en el supermercado, en la panadería o en versión gourmet, siempre es útil saber cómo alargar la vida de este delicioso bollo para que conserve su esponjosidad, como la del primer bocado.