De utensilio prohibido por la Iglesia en el siglo XI a cubierto imprescindible en la mesa: la historia del tenedor
Utensilio con pasado
En Europa fue rechazado por la Iglesia, que lo consideraba símbolo de vanidad, lujo y hasta pecado
Usamos el tenedor sin pensar, como si siempre hubiera formado parte de nuestras comidas. Sin embargo, su historia está lejos de ser sencilla: durante siglos fue un objeto cuestionado, mirado con desconfianza e incluso condenado por razones morales.
Antes de la invención y popularización del tenedor, el ser humano comía principalmente con las manos, mordiendo directamente los alimentos y usando el cuchillo solo cuando encontraba resistencia.
En la época romana, eran los criados quienes cortaban la carne, ya fuera en la cocina o en el mismo comedor.
Únicamente las aves llegaban enteras a la mesa, y cada comensal tomaba con las manos la parte que deseaba.
Existían algunos utensilios de cocina dentados unidos a cucharones o cucharas, pero por su tamaño (no más de 14 cm) es probable que no se utilizaran como los tenedores actuales.
Con el tiempo, surgió la ‘regla de los tres dedos’. Desde la Antigua Roma, y durante siglos, se consideró de buena educación tomar los alimentos solo con pulgar, índice y medio, reservando el uso de toda la mano para situaciones más informales.
Incluso en la década de 1530, los libros de etiqueta recordaban que, en la buena sociedad, lo correcto era comer con tres dedos, procurando lavarse antes y después.
Origen del tenedor: más allá de Europa
Aunque solemos asociarlo a la mesa occidental, los primeros tenedores aparecieron hace miles de años en civilizaciones muy alejadas entre sí.
En el Antiguo Egipto, Persia, China y Grecia ya se conocían versiones primitivas de este utensilio, pero no eran para comer directamente.
Su función inicial era servir alimentos o manipular piezas calientes durante la cocción. Eran herramientas de cocina, no cubiertos personales.
En Bizancio, hacia el siglo VII, se introdujeron tenedores de dos púas para comer frutas confitadas o pastas blandas.
Eran objetos de lujo, hechos en metales preciosos, y su uso estaba limitado a la aristocracia. Sin embargo, todavía no se habían extendido como algo común en la mesa.
La llegada a Europa y el escándalo medieval
El tenedor llegó a la Europa occidental a través de las rutas comerciales y de los enlaces matrimoniales entre familias nobles.
Una de las historias más conocidas es la de la princesa bizantina Theodora Anna Doukaina, que en el siglo XI viajó a Venecia para casarse con Domenico Selvo. Ella trajo consigo tenedores de oro para comer, un gesto que fascinó a algunos y horrorizó a otros.
La Iglesia católica no vio con buenos ojos aquel utensilio. El contacto directo de las manos con la comida era considerado natural, casi sagrado.
Comer con un objeto que ‘interfería’ entre el alimento y el cuerpo se interpretaba como un acto de arrogancia.
Incluso hubo predicadores que calificaron al tenedor como un instrumento de vanidad y lo relacionaron con el pecado. Algunos textos de la época lo llegaron a describir como un ‘invento diabólico’.
Un uso restringido durante siglos
Durante la Edad Media, el tenedor fue un objeto reservado para las clases más altas. Se fabricaba en materiales caros y se consideraba un símbolo de refinamiento exagerado.
La mayoría de la población seguía comiendo con las manos o utilizando cuchillos y cucharas, que ya estaban plenamente aceptados.
Incluso entre la nobleza, su uso no estaba generalizado.
Se empleaba sobre todo en banquetes para ciertos alimentos delicados o pegajosos, pero no como cubierto habitual.
La costumbre de usarlo de forma constante tardaría todavía varios siglos en imponerse.
El cambio de mentalidad: Renacimiento y Edad Moderna
Fue a partir del Renacimiento, especialmente en Italia, cuando el tenedor empezó a ganar terreno. Las mesas de la alta sociedad comenzaron a valorar la elegancia y la higiene como signos de distinción.
Comer sin mancharse las manos se convirtió en una muestra de educación refinada.
Italia se convirtió en el puente para su llegada al resto de Europa. Catalina de Médici, al casarse con Enrique II de Francia en el siglo XVI, llevó a la corte francesa sus costumbres culinarias, entre ellas el uso del tenedor. Poco a poco, la moda se extendió por las cortes europeas, aunque siempre empezando por la élite.
Siglo XVIII y XIX: de lujo a costumbre
En los siglos XVIII y XIX, el tenedor dejó de ser exclusivo de las clases altas. El desarrollo de la metalurgia permitió fabricar cubiertos más asequibles y resistentes.
La burguesía, en plena expansión, adoptó el tenedor como símbolo de civilización y progreso.
En esta época también se estandarizó su forma. Pasó de tener dos púas a tres o cuatro, lo que facilitaba pinchar y sostener los alimentos con mayor comodidad.
Además, comenzó a formar parte de juegos completos de cubiertos, tal y como los conocemos hoy.
Del rechazo al uso universal
A comienzos del siglo XX, el tenedor ya estaba presente en la mayoría de las mesas de Occidente. Las resistencias culturales habían quedado atrás y su uso se integró como algo natural.
En países como Estados Unidos, incluso se desarrolló un estilo propio para sostenerlo, alternando entre la mano izquierda y la derecha según la costumbre local.
En el resto del mundo, su adopción ha sido desigual. En muchas culturas asiáticas, por ejemplo, el tenedor convive con palillos, cucharas o las manos, según el plato y el contexto.
Hoy resulta difícil imaginar una comida sin un tenedor. Es práctico, limpio y versátil. Pero su camino desde las cocinas de la antigüedad hasta nuestras mesas modernas ha sido todo menos lineal.