No toda la uva acaba en vino: así se aprovecha lo que sobra en la vendimia
Más que vino
El mosto es uno de los usos más comunes: jugo dulce, sin fermentar, ideal para beber o cocinar

Cuando hablamos de uvas, casi siempre pensamos en vino. Pero lo cierto es que no todos los racimos recogidos en la vendimia acaban en una botella. Entonces, ¿qué ocurre con esas uvas que no se transforman en vino? La respuesta es que también tienen destinos interesantes y valiosos.
La vendimia es el momento más esperado del calendario vitivinícola. Se realiza entre finales de agosto y octubre, dependiendo de la zona y del tipo de uva.
En esos días se seleccionan los racimos más aptos para elaborar vino, pero no todos cumplen con los estándares de calidad o no todos se destinan al mismo fin.

Lo que sobra se transforma en otros productos que forman parte de nuestra mesa, de la despensa e incluso de la cosmética.
¿Qué pasa con la uva que no se convierte en vino?
La uva que no acaba en el lagar sigue teniendo múltiples salidas. A veces se descartan racimos porque están demasiado verdes o sobremaduros, en otras ocasiones se separan pieles y semillas tras la fermentación.
Ese excedente no se tira: se convierte en mosto, pasas, mermeladas, vinagre, aguardientes, abono e incluso en ingredientes para productos de belleza.
Esta reutilización no solo evita el desperdicio, también mantiene viva una tradición de aprovechamiento que existe desde hace siglos en las zonas vinícolas.

El mosto: el primer paso del vino que también se disfruta solo
El mosto es el jugo natural de la uva recién prensada, sin fermentar. En muchas casas y cooperativas se reserva parte del mosto antes de iniciar la fermentación alcohólica, para embotellarlo y consumirlo como bebida dulce y refrescante.
Esta bebida es rica en azúcares naturales, es una de las formas más antiguas y sencillas de disfrutar de la uva sin convertirla en vino.
Pasas y postres tradicionales
Una parte importante de la uva se destina a la elaboración de uvas pasas. Para conseguirlas se dejan secar al sol o en hornos de aire caliente hasta que pierden gran parte de su agua.
El resultado son pequeños frutos intensos y dulces, presentes en repostería, panes, guisos y platos navideños.

Además de las pasas, muchas bodegas artesanas transforman la uva en dulces y postres tradicionales: tartas (clafoutis de uvas, pastel de uva), jaleas, bizcochos, confituras e incluso helados.
La mermelada de uva, por ejemplo, se prepara cociendo la pulpa con azúcar hasta lograr una textura untuosa que conserva su aroma afrutado.
Vinagre y aguardientes
No es raro que parte de la uva termine en vinagre. El procedimiento consiste en dejar que los azúcares del mosto se transformen primero en alcohol y después, mediante fermentación acética, en vinagre. El resultado es un condimento indispensable en ensaladas, encurtidos y adobos.

Otra salida del excedente es la destilación. Con los orujos, que son los restos sólidos de la uva tras el prensado, se elaboran aguardientes y licores tradicionales como el orujo en España, la grappa en Italia o la bagaceira en Portugal.
Cosmética y abono natural
Lo que queda de las uvas después de la vinificación todavía guarda valor. Las semillas son ricas en aceites esenciales que se usan en cosmética por sus propiedades regeneradoras para la piel.

Por ejemplo, de la uva también se obtiene resveratrol, un antioxidante presente en la piel que ha despertado gran interés científico.
Este compuesto se utiliza en suplementos y cosmética, asociado a beneficios cardiovasculares y al cuidado del envejecimiento celular.
Los hollejos, por su parte, se convierten en abono natural rico en nutrientes que ayuda a fertilizar los propios viñedos y a cerrar el ciclo de cultivo.
El viñedo es generoso, y la tradición ha sabido encontrarle un uso a cada parte de la uva, asegurando que su sabor nos acompañe de muchas formas diferentes a lo largo del año.