Existe una razón biológica por la que siempre hay hueco para el postre (y no es gula)

¿Alguna vez te has encontrado en medio de una comida copiosa, lleno hasta el punto de sentir que no puedes comer más, pero de alguna manera siempre encuentras espacio para ese delicioso postre?
Si bien la sensación de estar lleno puede parecer absoluta, en muchos casos, siempre hay un 'hueco' para ese dulce final. Este fenómeno no es un simple capricho, sino que tiene una explicación biológica detrás que involucra nuestra digestión, las hormonas y el placer que sentimos al comer algo dulce.
Desde pequeños, nos enseñan a asociar el postre con el final de una comida agradable. En muchas culturas, representa una recompensa, una celebración o un momento de disfrute.
A veces, incluso lo vinculamos con lo emocional. Una amiga me decía que el postre no va al estómago, sino al corazón. Y como ese órgano que a veces se encoge con la tristeza, algo dulce siempre sienta bien, como si tuviéramos un 'segundo estómago'.
Saciedad sensorial específica
Lo cierto es que existe una explicación científica. El mecanismo que nos permite dejar espacio para el postre se llama saciedad sensorial específica (SSS), lo que significa que el cuerpo responde de forma distinta según el tipo de alimento, como una manera de favorecer una dieta variada y equilibrada de nutrientes.
Es decir, cuando nos enfrentamos a un gran banquete, en Navidad, Nochevieja o el Día de Reyes, empezamos por platos salados. Pero cuando aparece el panettone, el roscón de Reyes o una tarta de fresas con nata, nuestro cerebro lo percibe como algo totalmente diferente y, de repente, vuelve el apetito. La variedad estimula el deseo de comer.
Barbara Rolls, profesora y directora del Laboratorio para el Estudio de la Conducta de Ingesta Humana en la Universidad Estatal de Pensilvania (EE. UU.), ha estudiado este fenómeno desde principios de los años ochenta.
En sus investigaciones, pidió a varios adultos y niños que comieran alimentos salados, como pollo o salchichas. Cuando se les ofrecía una segunda ración, ya estaban demasiado llenos para seguir. Pero si se les ofrecían galletas, plátanos o pasas, todavía encontraban sitio para un bocado más.
Respuesta hedónica
Según Rolls, esto se debe a un cambio en la respuesta hedónica hacia los alimentos que acabamos de comer. En otras palabras: si has comido muchos productos salados, algo dulce puede resultarte especialmente apetecible.
Este fenómeno, explica por qué podemos seguir comiendo cuando un alimento concreto, como el chocolate o una tarta, nos ofrece una recompensa sensorial inmediata que supera las señales de saciedad física.
En resumen: a veces, nuestro cuerpo prioriza el placer de comer por encima de sentirse lleno.
Aunque esta saciedad sensorial específica nos permite seguir comiendo alimentos distintos, al final, el cuerpo nos dice basta. Tras ingerir unas 1.500 calorías de una sentada, el intestino libera una hormona que provoca náuseas.
Curiosamente, esta señal de saciedad es mucho más intensa en la infancia y disminuye con la edad. En los estudios de Rolls, cuando se ofrecía a los niños una cantidad ilimitada de M&M's, llegaba un punto en que decían: 'Saben horrible... ya no me gustan'. En cambio, los adultos no reaccionaban con tanta firmeza.

La causa exacta de esta diferencia no está clara. Para Rolls, puede deberse a una disminución natural del sentido del olfato y del apetito con los años, o quizá al efecto de toda una vida consumiendo alimentos ultraprocesados, que podrían alterar nuestras señales naturales de saciedad.
Por eso, el famoso 'siempre hay espacio para el postre' es un fenómeno más complejo de lo que parece. Más allá de la tentación o el gusto por lo dulce, existe una explicación biológica que involucra hormonas, placer sensorial y el funcionamiento del cerebro.
Así que, aunque comerse esa última porción de pastel tras una gran cena pueda parecer un simple capricho, hay razones científicas detrás de ese impulso por terminar con algo dulce. Y no, no se trata de gula. Como siempre, la clave está en disfrutar con moderación y aprender a escuchar las señales de nuestro cuerpo.