La calabaza gigante de Colorado que pesa más que un coche
Récord agrícola
En Fort Collins, los agricultores desafían el clima de montaña para hacer crecer calabazas que superan los 990 kilos

En el corazón de Colorado (EE.UU.), el otoño se tiñe de naranja brillante. Las calabazas crecen hasta alcanzar el tamaño de un coche, bajo un sol intenso y un aire que parece más de montaña que de huerta. Detrás de cada una hay meses de trabajo, paciencia y un orgullo que pesa tanto como el fruto.
El otoño en Colorado también pesa
En Colorado, el otoño no solo huele a hojas secas y pastel de calabaza: también suena a báscula.
Cada octubre, Fort Collins celebra su Giant Pumpkin Weigh-Off, un concurso que reúne a los agricultores más obstinados del estado. Este 2024, el bombero y cultivador Brad Bledsoe batió todos los récords con una calabaza de 2.190 libras (más de 990 kilos), la más grande jamás cultivada en Colorado.
A su lado, el veterano Ralph Laub quedó a solo una libra de diferencia. Dos gigantes separados por un suspiro, criados en un terreno donde la altitud y las noches frías ponen a prueba la paciencia de cualquiera.

Cultivar una tonelada de paciencia
Lograr una calabaza así a más de 1.500 metros de altitud es casi una proeza científica.
Los cultivadores comienzan en abril, germinando las semillas bajo luz artificial y calor controlado. Solo utilizan variedades de competición como la Atlantic Giant, una cepa desarrollada en Canadá que puede crecer más de 20 kilos al día en su pico de desarrollo.
Cuando las plántulas alcanzan unos 15 centímetros, se trasplantan al exterior bajo invernaderos tipo túnel que protegen del frío y del viento.
El suelo se prepara con compost maduro, estiércol y calcio para fortalecer la piel del fruto, y el riego por goteo se ajusta casi al milímetro: una planta adulta puede necesitar hasta 400 litros de agua diarios.
Cada calabaza crece sobre una cama de arena fina o paja, que evita que el peso raje la base. Los cultivadores incluso giran el fruto ligeramente cada semana para repartir la tensión. Y cuando el crecimiento se dispara, se colocan mantas y ventiladores para mantener una temperatura constante: un calor excesivo puede agrietarla en cuestión de horas.
Sol intenso, noches frías y mucho ingenio
A esa altitud, el sol es más fuerte y el aire, más seco. Las hojas se cubren con mallas de sombra y los tallos se refuerzan con soportes.
El viento puede destrozar una planta entera en minutos, así que los agricultores rodean el cultivo con cortavientos y barreras vegetales.
Los fertilizantes se aplican de forma progresiva: primero nitrógeno para generar masa vegetal, luego fósforo y potasio para concentrar energía en el fruto. En las últimas semanas, el crecimiento es tan rápido que los agricultores colocan marcas diarias en la superficie para seguir su expansión.
Para los miembros del club Colorado Giants, lo adictivo es ver cómo una simple flor amarilla se transforma, en apenas tres meses, en un gigante naranja de más de una tonelada.

La fiesta del otoño en Fort Collins
El concurso de Fort Collins (EE. UU.) es una celebración que va más allá del récord. Familias enteras se reúnen entre puestos de sidra caliente, tartas de calabaza y girasoles gigantes (uno llegó a medir más de cinco metros).
Las calabazas ganadoras terminan expuestas en ferias o convertidas en esculturas que duran lo que dura la estación: un suspiro dorado antes del invierno.
Así definen su pasión los cultivadores locales: una calabaza gigante no se planta, se cría. Es un trabajo diario, lleno de paciencia, madrugones y esperanza.
Una historia que inspira
La fiebre por las calabazas gigantes refleja algo más que una competición. Es una reconexión con la tierra, con el ritmo de las estaciones y con el valor de la espera.
En el club 'Colorado Giants' aseguran que lo más impresionante es ver el crecimiento: en solo tres meses, una flor amarilla se convierte en un gigante naranja de más de una tonelada.
En tiempos de prisas y pantallas, estas calabazas demuestran que la paciencia y el trabajo siguen dando los frutos más extraordinarios.
Lo que empezó como un reto entre agricultores se ha convertido en un símbolo del otoño en Colorado: esfuerzo, comunidad y toneladas de ilusión.