Como evitar el desperdicio en la cocina
Alternativas fáciles
Reducir la basura que generamos es fundamental para el medio ambiente.

La cocina es el lugar de nuestro hogar donde se crea magia a diario: desde el aroma de un sofrito hasta la textura de un pan recién hecho para disfrutar siempre con nuestros seres más queridos. Pero también es, sin que lo percibamos del todo, el espacio de la casa donde más residuos generamos. No nos referimos a residuos inorgánicos, a los que ya dedicamos un artículo sobre como reciclarlos, sino a elementos tan inofensivos como bolsas llenas de cáscaras, tallos, hojas marchitas, semillas… Restos que, en la mayoría de casos, acaban en el contenedor sin segunda oportunidad. La pregunta que nos hacemos cada vez que tiramos uno de estos residuos al contenedor es inevitable: ¿esos restos son realmente basura? La respuesta es clara: no.

Una gran parte de los residuos vegetales que tiramos pueden tener una segunda vida, ya sea en la cocina, en el compostador o incluso en el jardín. Convertir lo que antes considerábamos desecho en recurso es un gesto que, repetido en muchos hogares, tiene un enorme impacto ecológico. Por este motivo en este artículo te contamos todo lo necesario para reducir tu impacto desde tu propia cocina.
¿El desperdicio alimentario es un problema?
El desperdicio alimentario es, sin duda, uno de los grandes retos ambientales y sociales de nuestro siglo. Según datos de la FAO, aproximadamente un tercio de los alimentos producidos en el mundo termina en la basura antes de ser consumido. En Europa, esta cifra equivale a unos 90 millones de toneladas de comida al año. ¡Una cantidad incomprensible!
En España los hogares son responsables de alrededor del 40 % de ese desperdicio. Las cocinas domésticas son, por tanto, una pieza crítica en esta cadena, lo que es una buena noticia, ya que hace que todos nosotros podamos participar de manera activa en reducir este problema. Debemos tener claro que lo que tiramos no son solo cáscaras o sobras, sino que debemos pensar también en todos los recursos que se han utilizado para producir estos alimentos. Desde el agua utilizada para regar los cultivos, a la energía (muchas veces de origen fósil) para transportarlos o los fertilizantes, que sabemos que tristemente están detrás de verdaderos desastres ambientales como la eutrofización del Mar Menor. Desaprovechar comida es desperdiciar todos esos recursos y que su impacto en el medioambiente sea totalmente gratuito.
En la cocina, las pequeñas decisiones marcan la diferencia. Una piel de patata que no va a la basura, un caldo preparado con restos vegetales, un compostador casero en el balcón… Todo son gestos sencillos, pero multiplicados en miles de hogares se convierten en una revolución silenciosa contra el despilfarro de recursos. ¡Te cuento algunas cosas que nuestro planeta nos agradecerá!

Reducción de basura
Se estima que hasta el 50% del peso de una bolsa de basura doméstica, que muchas veces va directamente al contenedor de restos, son restos orgánicos. Aprovecharlos reduce notablemente el volumen enviado a vertederos, lo que además tiene beneficios directos en la salubridad de nuestros municipios (reduciendo el olor de los contenedores) y en el costo de la gestión de residuos.
Economía circular
El concepto de “usar y tirar”, muy manido por la industria durante el siglo pasado y comienzos del presente se deben sustituir por el de “usar y reutilizar”. Los residuos se pueden convertir en recursos.
Menor huella de carbono
Reducir la producción de residuos orgánicos implica menos metano en vertederos, menos necesidad de producir alimentos adicionales para suplir el desperdicio y menor consumo de combustible para transportar los residuos a las plantas de gestión de los mismos.
Ahorro económico
Reducir y aprovechar los restos orgánicos significa menos compras innecesarias. Una importante cantidad del dinero que gastamos en el supermercado ni siquiera se emplea en alimentos que consumimos, ¡dinero que podemos ahorrarnos!
Conexión con la naturaleza
Aunque puedas pensar que este es un detalle insignificante algunas prácticas de ahorro de residuos, como el compostaje, devuelven al ciudadano una relación más directa con los ciclos naturales. Esto es algo muy importante para sensibilizarnos, sobre todo en entornos más desconectados de la naturaleza como grandes ciudades.
Tipos de residuos vegetales aprovechables
No todos los residuos son iguales. Mientras hay residuos que debemos descartar y que difícilmente podemos reaprovechar, muchos otros de los que desechamos tienen aún un gran valor nutritivo, aromático o funcional. Estos son algunos de los más comunes.
Pieles de frutas y verduras
Las pieles de frutas y verduras suelen ser ricas en fibra, antioxidantes y compuestos aromáticos. Por ejemplo la piel de la manzana contiene polifenoles, la de los cítricos aceites esenciales, y la de la patata aporta minerales. Tirarlas significa renunciar a nutrientes valiosos que tenemos en nuestra cocina.
Tallos
Algunos ejemplos, como el del brócoli, que muchos descartan, tiene tanto valor nutricional como las flores; los de acelga o apio aportan fibra y sabor intenso; los de perejil o cilantro concentran aroma. Un ejemplo que seguro qué pensarías en desechar directamente es el tallo de la piña. ¡Pues no lo hagas! ¡Puedes enraizarlo fácilmente y cultivarlo en tu jardín para decoración o incluso para cultivar tus propias frutas!
Semillas
Algunas semillas como las de calabaza, melón o sandía son ricas en proteínas y grasas saludables. Lo mismo ocurre con las de girasol o chía, que en muchas culturas forman parte habitual de la dieta. Sin embargo no todas las semillas son igual de útiles, ¡No te recomiendo para nada que consumas una gran cantidad de, por ejemplo, semillas de manzana!
Hojas externas
Cuando vamos a manipular algunas verduras, como la col, lechuga o repollo solemos descartar rápidamente las hojas más externas, ya que suelen ser más duras y menos sabrosas. Sin embargo, siguen siendo comestibles y aportan textura en caldos o guisos.
Posos de café y bolsitas de té
Más allá del uso culinario son excelentes para usarlo en compost o para enriquecer el sustrato de plantas.

La clave está en aprender a mirar estos restos con otros ojos: no como basura inservible, sino como una materia prima secundaria que nos sale completamente gratis.
¿Qué podemos hacer con estos residuos vegetales?
La cocina sin desperdicio, aunque es difícil de llevar a cabo, depende en gran medida de nuestra imaginación. Los mismos ingredientes que vemos como residuos pueden transformarse en recetas sorprendentes:
Infusiones con cáscaras de cítricos
La piel de naranja o limón, secada al sol o al horno, se convierte en una base estupenda para infusiones aromáticas. También puede rallarse para repostería o incorporarse a guisos de carne y pescado, además, se conserva durante mucho tiempo en la nevera en estupendas condiciones. Además puedes utilizarlo para aromatizar alguna estancia.
Caldos con restos de verduras
La estrategia más sencilla es sin duda la de hacer un nuevo plato con los restos que nos han sobrado de anteriores platos. Con huesos de puerro, puntas de zanahoria, hojas externas de cebolla, acelgas… todos ellos pueden cocerse para crear un caldo nutritivo, que luego sirve de base para sopas o arroces.
Chips de piel de patata o manzana
Basta con lavar bien las pieles, secarlas, aliñarlas con un poco de aceite y especias y hornearlas para obtener un snack sabroso, crujiente y saludable.
Mermeladas y siropes
Las cáscaras de manzana o pera pueden cocerse con azúcar para elaborar mermeladas caseras.

Compostaje doméstico
Incluso con toda la creatividad del mundo, siempre habrá restos que no se pueden reutilizar directamente en la cocina para seguir alimentarnos de estos ¿Qué hacemos sino con la cáscara de los huevos? Yo hubo una temporada que los utilizaba para alimentar mi cultivo de caracoles… ¡Pero hay más opciones! Una vez que hemos tratado de ingeniarnos nuevos platos tenemos una solución para estos residuos: el compostaje. El compostaje doméstico consiste en transformar los residuos orgánicos en abono para nuestras plantas mediante la acción de microorganismos. En un compostador, ya sea en un jardín, terraza o incluso en un pequeño espacio interior, los restos vegetales se descomponen hasta convertirse en un material oscuro, con olor a tierra húmeda: el compost. Tenemos un artículo muy completo sobre esta técnica que te recomendamos leer, pero te dejamos por aquí algunos puntos clave a tener en cuenta para tener un compost casero exitoso:
- Separación correcta. Solo debemos incluir en nuestra compostadora restos vegetales, posos de café, cáscaras de huevo trituradas o papel sin tinta. Evitar carnes, lácteos o aceites, que atraen plagas muy fácilmente, y está completamente prohibido echar huesos o heces.
- Equilibrio de materiales. Debes combinar restos húmedos (frutas, verduras…) con materiales secos (hojas secas, cartón sin tinta…) En diferentes proporciones en función de la fase en la que nos encontremos.
- Humedad adecuada. El compost debe mantenerse siempre húmedo, pero nunca encharcado, ya que esto podría hacer que se pudriesen los alimentos introducidos.
- Aireación. Remover el contenido cada cierto tiempo evita malos olores y acelera la correcta descomposición para formar el compost.
El resultado es un fertilizante natural que mejora la estructura del suelo, enriquece macetas y huertos y sustituye a productos químicos. Sobre todo lo más importante es que con ello estamos ayudando a cerrar el ciclo de los nutrientes.

Como has visto, el desperdicio alimentario es un problema global, pero su solución puede ser local y empezar en los gestos más cotidianos. Cada piel de patata convertida en un snack, cada cáscara de naranja reutilizada en una infusión y cada compostador en un balcón urbano es un paso hacia un modelo más sostenible. ¡El planeta te lo agradecerá!