Fuego, manzanas y vino caliente en la noche más luminosa del Reino Unido

Tradición con sabor

Cada 5 de noviembre, la Bonfire Night llena las calles británicas de hogueras, fuegos artificiales y dulces que mantienen viva una historia encendida hace más de cuatro siglos

El Parkin, pastel de jengibre y avena típico de Yorkshire, es uno de los sabores imprescindibles de esta noche de fuego y dulzura.
El Parkin, pastel de jengibre y avena típico de Yorkshire, es uno de los sabores imprescindibles de esta noche de fuego y dulzura.

Cada 5 de noviembre, el Reino Unido se ilumina con miles de hogueras. En parques, plazas y jardines, las llamas rompen la oscuridad del otoño y las chispas se confunden con los fuegos artificiales. Es la Bonfire Night, una de esas celebraciones que parecen diseñadas para combatir el frío a base de fuego, risas y algo caliente entre las manos.

Pocos recuerdan que todo empezó con un complot. En 1605, un grupo de católicos intentó volar el Parlamento durante la apertura del curso político. El plan, conocido como la Gunpowder Plot, pretendía acabar con el rey Jacobo I. Guy Fawkes fue detenido junto a los barriles de pólvora y, al amanecer, la ciudad entera celebró su fracaso encendiendo hogueras. Aquel gesto de alivio se transformó, con los siglos, en una fiesta de invierno que combina historia y comunidad.

Un participante transporta un barril ardiendo durante la Bonfire Night, una de las celebraciones más antiguas y espectaculares del Reino Unido.
Un participante transporta un barril ardiendo durante la Bonfire Night, una de las celebraciones más antiguas y espectaculares del Reino Unido.

Hoy, la Bonfire Night ya no conmemora la política, sino la reunión. Los británicos salen a la calle con bufandas gruesas y gorros de lana, las familias se agrupan en torno al fuego y los niños agitan bengalas mientras suenan las primeras detonaciones en el cielo. Y en medio de esa escena, la comida tiene un papel protagonista.

El sabor del fuego

Nada define mejor la noche que el aroma de una patata recién asada. Las jacket potatoes, envueltas en papel de aluminio y cocinadas entre brasas, se sirven abiertas por la mitad, con mantequilla que se derrite lentamente, queso fundido y una cucharada de alubias calientes. En cada bocado hay humo, calor y sencillez: el tipo de comida que solo sabe bien al aire libre.

Alrededor de las hogueras también chispean las salchichas, dorándose sobre parrillas portátiles, envueltas en pan y mostaza. Su olor, mezcla de grasa y humo, flota en el aire junto al dulzor del caramelo. Es comida de manos frías y mejillas rojas, pensada para compartir y seguir mirando el fuego.

Las jacket potatoes, asadas entre brasas y servidas con mantequilla y queso, resumen el espíritu reconfortante de la Bonfire Night.
Las jacket potatoes, asadas entre brasas y servidas con mantequilla y queso, resumen el espíritu reconfortante de la Bonfire Night.

En los puestos del norte, los black peas -guisantes negros cocidos con vinagre- siguen siendo tradición. Pero en las ferias modernas se han sumado nuevos clásicos: empanadillas de calabaza especiada, muffins de manzana y caramelo y, cómo no, malvaviscos tostados sobre el fuego, que se derriten lentamente antes de ser devorados con una sonrisa.

Y en el centro de todo, brillando como pequeñas lunas rojas, están las manzanas caramelizadas. Su caramelo crujiente refleja la luz de las llamas y su aroma dulce se mezcla con el humo de la leña. Morder una manzana de estas es casi un rito: el crujido del azúcar, la acidez de la fruta, el frío en las mejillas. Pocas imágenes resumen mejor la Bonfire Night.

Brillantes y crujientes, las manzanas acarameladas son el dulce más icónico de la Bonfire Night, símbolo de otoño y tradición.
Brillantes y crujientes, las manzanas acarameladas son el dulce más icónico de la Bonfire Night, símbolo de otoño y tradición.

El desfile de aromas continúa con el Parkin, el pastel oscuro de jengibre, avena y melaza que huele a hogar; y el Bonfire toffee, el caramelo duro, casi negro, que se parte a golpes sobre la mesa. Ambos son dulces que saben a historia y a invierno.

Y entre todas esas sensaciones, una bebida mantiene el hilo conductor de la noche: el vino caliente con especias, o mulled wine. Se sirve en vasos humeantes, con rodajas de naranja, clavo, canela y un toque de azúcar. Basta un sorbo para entender por qué esta tradición ha sobrevivido cuatro siglos: el fuego calienta por fuera, pero el vino lo hace por dentro.

Un país entero alrededor de la hoguera

Lo más bonito de la Bonfire Night no está solo en lo que se ve, sino en lo que se siente. En cada pueblo hay una hoguera, un mercado o un campo donde la gente se reúne. Las luces de los fuegos artificiales tiñen el cielo de color, los altavoces suenan con música pop británica y el olor a caramelo y leña flota en el aire.

No hace falta haber nacido allí para emocionarse. Hay algo universal en esa escena: el fuego como punto de encuentro, el deseo de celebrar el calor en mitad del frío. Quizá por eso, cada año acuden más viajeros a vivirlo. En Londres, el espectáculo de Battersea Park reúne a miles de personas junto al Támesis; en Lewes, al sur de Inglaterra, los desfiles mantienen viva la tradición con antorchas, tambores y máscaras; y en pequeños pueblos de Yorkshire o Somerset, el ambiente es más íntimo, casi familiar, como una gran barbacoa bajo las estrellas.

Allí, entre la multitud y el humo, se entiende el encanto de esta noche: la mezcla de historia, fuego y sabor. No es una celebración de lujo, sino de cercanía. De compartir una patata caliente o un trozo de pastel mientras el cielo se ilumina.

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