Cinco mercados navideños que todo amante de la gastronomía debería visitar
Saborear la Navidad
Entre vino caliente, dulces artesanos y guisos de siempre, estos mercados son pura magia
Las luces se encienden, el aire huele a canela y el sonido de los villancicos se mezcla con el chisporroteo de los puestos de comida. Los mercados navideños son mucho más que un lugar para comprar adornos: son una fiesta de sabores que cambia con cada ciudad y que invita a recorrer Europa con el paladar.
De Estrasburgo a Madrid, estos cinco destinos son pura magia (y puro apetito).
1. Estrasburgo (Francia): el origen del espíritu navideño
El Christkindelsmärik de Estrasburgo, activo desde 1570, es el mercado más antiguo de Europa y un paraíso gastronómico.
Entre sus puestos brillan los bredele, pequeñas galletas de mantequilla y especias; los platos de choucroute (chucrut alsaciano con salchichas y carne ahumada) y spätzle (una pasta fresca de huevo típica de la zona), además del inconfundible vin chaud, vino caliente con canela, clavo y piel de naranja.
Todo se disfruta bajo un decorado de cuento, con fachadas iluminadas y el perfume dulce del invierno.
2. Viena (Austria): elegancia entre ponches y pasteles
En la plaza del Ayuntamiento, el Wiener Christkindlmarkt es sinónimo de tradición.
Aquí el frío se combate con un vaso de punsch (ponche caliente con licor y frutas) y un bocado de bratwurst recién hecha o patatas asadas con queso fundido.
Entre los dulces triunfan los pretzels y el apfelstrudel, ese hojaldre tibio con manzana y canela que resume el sabor del invierno vienés.
3. Núremberg (Alemania): donde nació el pan de jengibre
Pocas imágenes definen mejor la Navidad que la del Christkindlesmarkt de Núremberg: casetas de madera, tazas de glühwein (vino caliente) y el aroma a jengibre en el aire.
Aquí nacieron los famosos Lebkuchen, el pan de jengibre más célebre de Alemania, y las pequeñas Rostbratwurst, salchichas asadas servidas con pan y mostaza.
Cada bocado sabe a historia, y cada sorbo, a celebración.
4. Praga (República Checa): brasas, masas dulces y vino con miel
En las plazas de la Ciudad Vieja, los mercadillos praguenses combinan dulzura y fuego.
El clásico Trdelník -masa enrollada, asada sobre brasas y cubierta de azúcar y canela- se sirve relleno de chocolate o helado, mientras las brasas doran enormes piezas de jamón de Praga (Pražská šunka).
No faltan las salchichas Klobása, las tortitas de patata (Bramborák) o el reconfortante goulash servido dentro de una hogaza de pan.
Para entrar en calor, los checos brindan con svařák, vino caliente con especias, o con medovina, vino con miel.
5. Madrid: dulces castizos y espíritu festivo
El mercado de la Plaza Mayor se llena cada diciembre de puestos, luces y ese olor tan reconocible a turrón, mazapán y buñuelos.
Más allá de las figuras de belén, cada año crece la oferta de dulces tradicionales, productos artesanos y pequeñas joyas gourmet.
Entre el bullicio, un chocolate caliente con churros sigue siendo la forma más sencilla y feliz de saborear la Navidad madrileña.
El viaje más delicioso del invierno
Recorrer los mercados navideños es mucho más que una ruta gastronómica: es una tradición europea con siglos de historia.
Los primeros surgieron en la Edad Media, cuando los pueblos alemanes y centroeuropeos organizaban ferias de Adviento para abastecerse de productos antes del invierno. Con el tiempo, aquellos puestos de velas, pan y especias se transformaron en auténticas celebraciones del gusto.
Hoy, cada mercado conserva algo de ese espíritu: la comunidad reunida en torno a la comida y la luz. Las recetas varían -chucrut en Alsacia, salchichas en Núremberg, ponche en Viena o turrones en Madrid-, pero la esencia es la misma: compartir, calentar las manos con una bebida humeante y disfrutar del invierno sin prisa.
Los aromas se repiten de país en país: vainilla, canela, clavo o mantequilla, son ingredientes humildes que construyen un lenguaje común de Navidad.
Y aunque los decorados cambien, el gesto de brindar junto a un puesto de madera sigue siendo el mismo que hace siglos: una manera sencilla y universal de celebrar la vida cada año.